María Luisa de Orleans, por Francisco Rizzi, Ayuntamiento de Toledo (1679)

Parid, bella flor de lis,
que en aflicción tan extraña,
si parís, parís a España,
si no parís, a París.

Esto no obstante él la quería y hubiera estado subordinado por completo a ella, aunque la Reina ni aspiraba a agradarle, ni a gobernarle.  Por el contrario, ella no le tenía la menor estimación ni afecto y le trataba con poca complacencia y consideración, excepto en los momentos que quería conseguir alguna gracia. 

Por el resto de la Corte mostraba la mas total indiferencia, no siendo ni bondadosa ni siquiera de la urbanidad superficial necesaria para con las personas que se la acercaban; incapaz de hacer el bien, tanto por falta de voluntad como de influencia, poco liberal, tan insensible al favor como a la injuria, capaz por su indiscreción de malquistar a todo el mundo; encaprichada con dos o tres camaristas confidentes de sus deseos y propósitos, como ella lo era de sus amoríos, sacrificándolo todo por ellos.

Se vió la prueba de esto cuando, cierto día de gran ceremonia quiso, contra las reglas de la etiqueta palatina y del decoro, que sus camaristas llevasen los mismos velos que las damas de honor.  Este capricho la valió el enfado y las quejas de las más nobles casas ofendidas del desprecio que significaba para sus hijas. 

Era poco devota; se la veía con poco recato y comedimiento, todo el día asomada a las ventanas de Palacio, tan rigurosamente prohibidas a las reinas y princesas de España.  Desde ellas hablaba por señas, y algunas veces a voces, con miserables franceses que parecían ser sus amantes y de sus camaristas.